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viernes, 27 de junio de 2008

ENSAYO: Cómo llegar a hacerse escritor y no morir en el intento

La llegada de alguien al mundo de la escritura está precedida por intrincados caminos y el modo de cada cual es verdaderamente misterioso. Esto tiene que ver con las características de la vida y la personalidad de cada escritor. Por otra parte, hasta existe un cierto prurito por parte de muchos (entre quienes me incluyo) de nombrarse a sí mismos como “escritor”. Asumirse como tal se relaciona, además, con la recepción que la sociedad de cada época haga del eventual literato. También vale la pena pensar hasta qué punto muchos pretenden “hacerse escritor” y se lo plantean como meta, mientras otros desean simplemente escribir. Marguerite Duras lo explicó desde una simple perspectiva con este juego de palabras: “Escribir es intentar saber qué escribiríamos si escribiésemos”.

Una de las cuestiones centrales en este camino es la experiencia de vida, qué se vive y cómo. Pero por sobre todo qué observación se hace de esa experiencia. Claro que no hay reglas en esto. En el caso del escritor Raymond Carver, él sintió en un momento dado que su vida, llena de las pequeñeces cotidianas de ser padre y hacer las tareas diarias, era muy distinta de la imagen que él tenía de los escritores: “En ese momento sentí –supe- que la vida que llevaba era muy diferente a las vidas de quienes más admiraba. Entendía que los escritores no eran personas que pasaran sus sábados en la lavandería y todos los momentos de vigilia sujetos a las necesidades y caprichos de sus hijos” [1]. Tal vez su apreciación de lo que era un escritor estaba viciada por una imagen más bien idílica, y seguramente algunos viven el proceso de dedicar “su vida” a la escritura como algo tortuoso. La prueba está en que luego lo hizo. Bien distinto es el caso de Truman Capote, a quien parecía no importarle nada cómo era la vida de los demás, sino que gestó su propio camino, muy temprano y casi sin darse cuenta: “Empecé a escribir cuando tenía ocho años: de improviso, sin inspirarme en ejemplo alguno. No conocía a nadie que escribiese y a poca gente que leyese. Pero el caso era que sólo me interesaban cuatro cosas: leer libros, ir al cine, bailar zapateado y hacer dibujos.” [2] Capote fue más allá de la academia, y maravilla comprobar que el temprano camino que eligió fue por cierto íntimo y solitario. Llegó al punto de descuidar sus tareas escolares en favor de la literatura que tanto lo perturbaba: “En realidad, jamás hice los ejercicios del colegio. Mis tareas literarias me tenían enteramente ocupado: el aprendizaje en el altar de la técnica, de la destreza; las diabólicas complejidades de dividir los párrafos, la puntuación, el empleo del diálogo…”. Lo del autor de A sangre fría es verdaderamente un caso extremo, ya que sentía que su vocación en cierto modo lo esclavizaba, revelando a la vez un goce y una tortura: “Entonces, un día comencé a escribir, sin saber que me había encadenado de por vida a un noble pero implacable amo. Cuando Dios le entrega a uno un don, también le da un látigo; y el látigo es únicamente para autoflagelarse.” Evidentemente, la manera en la que él nació como escritor es hija de una obsesión. Esta idea de sentir la irrefrenable necesidad de escribir siempre me pareció lejana y ajena. Y fue causal de una íntima indagación para saber si realmente me interesaba dedicarme a la escritura, ya que siempre disfruté de hacerlo pero no como práctica compulsiva. Y pude comprobar con regocijo, que aún algunos de mis más admirados escritores llegaron a esa tarea de un modo mucho más natural y menos obsesivo. Tal el caso de Rodolfo Walsh:Mi vocación se despertó tempranamente: a los ocho años decidí ser aviador. Por una de esas confusiones, el que la cumplió fue mi hermano. Supongo que a partir de ahí me quedé sin vocación y tuve muchos oficios. El más espectacular: limpiador de ventanas; el más humillante: lavacopas; el más burgués: comerciante de antigüedades; el más secreto: criptógrafo en Cuba.” (…) “En 1964 decidí que de todos mis oficios terrestres, el violento oficio de escritor era el que más me convenía. Pero no veo en eso una determinación mística. En realidad, he sido traído y llevado por los tiempos; podría haber sido cualquier cosa, aun ahora hay momentos en que me siento disponible para cualquier aventura, para empezar de nuevo, como tantas veces.”[3]

Muchos han llegado al mundo de la literatura a través del periodismo y llevados por una necesidad económica. Sucede que en otros tiempos, entrar en medios de prensa no se hacía tan difícil y podía representar un ingreso digno. Esto no significa que todo aquel que trabajase en una publicación entrara en la literatura, pero hay casos paradigmáticos que han hecho recorridos muy interesantes. Sólo por nombrar dos escritores del Río de la Plata que han tenido como punto de partida la escritura periodística, quisiera citar a Roberto Arlt y Eduardo Galeano.

Pero volviendo a Capote y Walsh, la relación prensa-literatura se dio de modo diferente en cada uno. Para el primero, la escritura periodística no representaba (o al menos no lo era centralmente) su sustento, sino otra de sus obsesiones. Así lo describió él mismo: “Durante varios años me sentí cada vez más atraído hacia el periodismo como forma artística en sí misma (…) el periodismo como arte era un campo casi virgen, por la sencilla razón de que muy pocos artistas literarios han escrito alguna vez periodismo narrativo, y cuando lo han hecho, ha cobrado la forma de ensayos de viaje o de autobiografías[4]. Algo que los unió sin saber, fue que ambos exploraron más allá de los límites de la academia y lograron algo único uniendo periodismo y literatura para siempre. En Estados Unidos, Capote, Mailer y Wolfe comenzaron con el denominado Nuevo Periodismo. Este inicio estadounidense tiene que ver con la proyección internacional de los escritores en ese país, pero en realidad ocho años antes de la aparición de A sangre fría (obra paradigmática de la no ficción, 1966), Rodolfo Walsh ya había publicado Operación Masacre en Buenos Aires en 1958.[5] En este “hacerse escritor”, estos fabulosos innovadores, parieron obras que cambiarían para siempre el rumbo de la literatura universal. Sobre esto, Capote diría:”…quería realizar una novela periodística, algo a gran escala que tuviera la credibilidad de los hechos, la inmediatez del cine, la hondura y libertad de la prosa, y la precisión de la poesía. No fue hasta 1959 cuando algún misterioso instinto me orientó hacia el tema —un oscuro caso de asesinato en una apartada zona de Kansas—, y no fue hasta 1966 cuando pude publicar el resultado, A sangre fría”.

En cuanto a Walsh, tanto el periodismo como su tarea de cuentista, fueron sufriendo un proceso de lenta metamorfosis y se convirtieron en una militancia y un modo de vivir. En referencia a su serie de cuentos Irlandeses, señaló:”…hay una evolución en los cuentos; aquí, en este cuento (se refiere a Un oscuro día de justicia) se empieza a hablar del pueblo y de sus expectativas de salvación representadas por un héroe, (…) creo que la clave de la iluminación, de la comprensión sobre la relación política de este caso entre el pueblo, por un lado, y sus héroes, por el otro, está en el final, cuando dice “...mientras Malcolm se doblaba tras una mueca de sorpresa y de dolor, el pueblo aprendió...”, y después, más adelante, (…) cuando dice “...el pueblo aprendió que estaba solo y que debía pelear por sí mismo y que de su propia entraña sacaría los medios, el silencio, la astucia y la fuerza...”. Creo que ese es el pronunciamiento más político de toda la serie de los cuentos y muy aplicable a situaciones muy concretas nuestras: concretamente al peronismo e inclusive a las expectativas revolucionarias que aquí se despertaban o se despertaron con respecto a los héroes revolucionarios, inclusive con respecto al Che Guevara, que murió en esos días…”. [6] En la evolución de Walsh, en su tránsito para convertirse en el escritor que muchos admiramos, Operación Masacre significó un quiebre, marcó un antes y un después no solamente en el panorama literario (inaugurando la “no ficción”) sino en su propia vida, que es un poco lo que pretendo rescatar en este trabajo. Con respecto a esto dijo: “Operación masacre cambió mi vida. Haciéndola descubrí que, además de mis perplejidades íntimas, existía un amenazante mundo exterior”. Su vida de escritor, signada por una toma de conciencia, no se trataba de un simple medio de sustento económico ni un sitio en el mundo del arte, era mucho más que eso, como lo revelan sus propias palabras:”…hasta que te das cuenta de que tenés un arma: la máquina de escribir. Según cómo la manejás es un abanico o es una pistola…” [7] . No existía en él la obsesión de Capote, su transformación estaba alejada de complejidades formales, era mucho más natural. Rescato esta idea en las palabras de uno de sus colegas, Rogelio García Lupo: “Walsh no podía escribir de otra manera que como lo hizo siempre, extraordinariamente bien, pero no redactó sus artículos de prensa pensando que estaba labrando una obra literaria”.[8]

Originalmente el hecho de escribir consistía más en copiar, transcribir y crear documentos con fines primordialmente económicos, legales y de registro, con la necesidad de mantener el mito en algo más tangible que la propia voz de los receptores y/o transmisores. Hoy, sin embargo, el oficio ha adquirido tanto prestigio ya que se vincula directamente con la autoría, con la creación, con el dominio de las ideas. Decidirse a escribir es meterse en un espacio peligroso, porque se entra en un oscuro túnel sin final, porque jamás se llega a la dicha plena, nunca se llega a escribir la obra perfecta o genial, y eso produce una gran desazón. No es obligación estudiar una carrera para ser escritor, y no se necesita tener una formación académica o una licenciatura para ejercer tal o cual rama de la escritura. Misterio y soledad son dos componentes comunes en el “hacerse escritor” de muchos, consagrados o anónimos.



[1] Carver, Raymond. La vida de mi padre-Cinco ensayos y una meditación. Fuegos (pág. 66)

[2] Capote, Truman. Música para Camaleones. Prefacio (pág. 2)

[3] Walsh, Rodolfo. Rodolfo Walsh por Rodólf Fowólsh

[4] Capote, Truman. Música para Camaleones. Prefacio (pág. 3)

[5] Ana María Amar Sánchez, El género de no ficción: un campo problemático

[6] Walsh entrevistado por Ricardo Piglia. Enero de 1973

[7] Walsh entrevistado por Ricardo Piglia. Enero de 1973

[8] Rogelio García Lupo, en El violento oficio de escribir de Rodolfo Walsh, Prólogo.

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