Mi lista de blogs

miércoles, 11 de junio de 2008

Algo huele mal: Mucho más que humo en Buenos Aires

Something is rotten in the state of Denmark
William Shakespeare

Buenos Aires amaneció el miércoles dieciséis de abril con un fenómeno que, si solamente nos dejábamos guiar por el sentido de la vista, se podría haber dicho que era un día más con neblina en la “reina del Plata”. Pero no, también intervino el olfato, que la agudeza porteña llegó a identificar como “olor a humo”, humo, sí, pero, ¿qué se estaba quemando?. Los que vivimos en el conurbano cerca de la autopista solemos estar sometidos al malestar de tener que soportar alguna que otra humareda proveniente de los baldíos cercanos, donde la gente a veces quema las ramas resultantes de la poda de otoño. Pero con el correr de las horas de ese miércoles nos enteramos que el humito venía viajando de muuuucho más lejos. ¿Era posible que todo ese aire preñado de partículas de pasto quemado llegase desde el Delta y aún más, de Entre Ríos?. Y durante unos días, los habitantes de Buenos Aires (“los aires ya no son tan buenos aires, la vida es nada más que un blanco móvil”, decía Benedetti en su poema hecho canción) nos acostumbramos a escuchar en los pronósticos meteorológicos de los informativos: temperatura, humedad y estado del cielo: con más o menos humo. Ah, si si, porque hasta el viento colaboró para desparramar el fenómeno, que, para el tercer día había cruzado las fronteras internacionales y, como si nos faltase algún motivo para sembrar el descontento entre nuestros hermanos orientales, se hizo presente en la mismísima ciudad de Montevideo.

Esa misma semana, los “ignorantes” habitantes de Buenos Aires (todos “porteños” para la gente de otros lugares, vivamos o no cerca del puerto) nos enteramos que en realidad, el humo era producto de la habitual quema de pastizales realizada como parte de las tareas de la limpieza y preparación de los suelos. En ese momento comenzaron a escucharse voces de algunos autodefinidos como “gente de campo” , señalando, con sorna, que a los ciudadanos de esta geografía novedosamente inundada por un humo tan autóctono nos venía bien darnos cuenta de algo que en el interior forma parte de lo cotidiano. En ese punto me pregunté: ¿este “escarmiento” por sentirnos el ombligo del mundo e ignorar padecimientos de la gente del resto de las provincias era suficiente para convalidar esta práctica de locos? Porque ya para el viernes dieciocho la situación estaba fuera de control, los focos se propagaban y el fuego se hacía difícil de mitigar. Y entre tanto cúmulo de información (esta sobre información a la que estamos acostumbrándonos y que no comunica mucho) tomábamos conocimiento que para colmo de males estas quemas (que muy ciertamente forman parte de una tarea usual) no correspondían a esta altura del año, sino más bien a fines del invierno.

En esos primeros días de incendios, y como si todo lo que importara fuera la molestia padecida por los vecinos de Buenos Aires, se sucedían accidentes a los que algunos parecían restarles importancia. Es que antes de llegar aquí, el humo circulaba por los caminos cercanos a los focos de quema y se convirtió en una trampa mortal para quienes intentaban avanzar, especialmente por la ruta nueve. Las personas equipadas con barbijos comenzaron a formar parte del raro paisaje de las zonas afectadas. Y algunos hospitales declararon un alerta amarillo dado la cantidad de pacientes que concurrían a consultar por afecciones en los ojos.

Para esa altura de los días y los hechos, no era necesario ser demasiado suspicaz para caer en la tentación de unir este tema de campos, pastos hechos fuego mucho antes de la temporada y emanaciones molestas con el conflicto gobierno-campo suscitado por la imposición de retenciones móviles a este sector y que afectó principalmente a los propietarios o arrendatarios de tierras destinadas al cultivo de soja. A propósito, pudimos leer esa misma semana que el gobierno responsabilizó a los productores que iniciaron casi trescientas quemas de campos “pero dejó afuera a los dirigentes empresarios”. Entre tanto, la secretaria de Medio Ambiente, Romina Picolotti, sobrevolaba la zona en la que el fuego se propagaba y la describía como una tragedia ambiental. Recién el martes veintidós de abril se informaba que entre el sesenta y ochenta por ciento de los focos de incendio habían sido controlados. Para coronar una semana de vida urbana surrealista, se comunicaba sobre la detención de dos peones y la búsqueda de un productor rural prófugo.

Pero alrededor del miércoles veintitrés de abril ya se habían disipado los humos exóticos, Buenos Aires comenzaba a retomar su aspecto habitual de ciudad contaminada únicamente por sus emanaciones vernáculas y podía llegar a entreverse que, con el correr de los días los responsables de esta quema loca “se esfumarían” y con ellos toda idea conspirativa. Sin embargo, el ambiente ya había quedado definitivamente enrarecido y me era absolutamente imposible no parafrasear a Shakespeare: Algo sigue oliendo a podrido en la Argentina

No hay comentarios: