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miércoles, 11 de junio de 2008

Viaje hacia la sublevación de la palabra


Entro al ágora de la Universidad distraída, casi corriendo como cualquier otro día. Me cruzo con compañeros e intercambiamos el “hola” de siempre. Camino, esquivo gente abriéndome paso para llegar al aula donde quedé en encontrarme con una amiga. Levanto los ojos y reconozco inmediatamente unos lentes con marco de carey negro, cuadrados, que casi como una imagen suspendida en el aire salen de un póster que está en medio del hall, iluminada desde atrás por el sol que hoy entra por los ventanales. Entonces reparo en el hecho de que en todas las fotos que he visto de Rodolfo Walsh la imagen de su rostro es indivisible de esos anteojos. Había visto un cartel que anunciaba: “Ese hombre”, una especie de recorrido por la vida del periodista y escritor (¿o escritor y periodista?), pero el apuro cotidiano hace que me olvide en el momento de entrar y me sorprenda. Pospongo el encuentro con mi compañera, comienzo a transitar la muestra y me detengo en una foto familiar, casi romántica de Walsh junto a Lilia, su última compañera. Me emociona el hecho de verlos tan jóvenes. Él, joven para siempre, está con sus lentes en la mano. Ahí caigo en la cuenta que ese detalle es tan fuerte que no había reparado en sus ojos claros, seguramente herencia de sus antepasados irlandeses.

Alguien pasa a mi lado y pregunta “¿quién es Walsh?”. Tal vez parte de la respuesta está en los paneles que señalan como estaciones que definen su vida:“El militante”, “El periodista”, “El escritor”, “Ese hombre”. Y aunque no le respondo recuerdo algo que él mismo escribió tal vez como reflexión de su propia identidad: Me llaman Rodolfo Walsh. Cuando chico, ese nombre no terminaba de convencerme: pensaba que no me serviría, por ejemplo, para ser presidente de la República. Mucho después descubrí que podía pronunciarse como dos yambos aliterados, y eso me gustó. Evidentemente el chico que pregunta no lo conoce, es que la dictadura militar en la Argentina se encargó muy bien de silenciar a mucha gente que como Rodolfo tenían sueños y lucharon para cumplirlos. El poeta Juan Gelman habla de esto, lleno de bronca y amor, en un poema que está en este homenaje: los sueños rotos por la realidad/los compañeros rotos por la realidad/los sueños de los compañeros rotos. Cómo no iba a combatir la miserable Junta Militar a quien con valentía, con nombre y apellido enfrentó las injusticias de aquella época con su mejor arma: la palabra. Y me encuentro en el recorrido con la prueba fehaciente de ese enfrentamiento, la declaración de principios de Rodolfo Walsh plasmada en su Carta Abierta.

El camino propuesto para conocer a “ese hombre” es fascinante, entre otras muchas cosas, por la multiplicidad de Rodolfos desplegados en su corta vida de intensos cincuenta años. Sigo y veo fotos y textos de sus diferentes oficios, de los que él habló en su Rodolfo Walsh por Rodólf Fowólsh: Mi vocación se despertó tempranamente: a los ocho años decidí ser aviador. Por una de esas confusiones, el que la cumplió fue mi hermano. Supongo que a partir de ahí me quedé sin vocación y tuve muchos oficios. El más espectacular: limpiador de ventanas; el más humillante: lavacopas; el más burgués: comerciante de antigüedades; el más secreto: criptógrafo en Cuba.

Uno se deja llevar entre imágenes entrañables y textos bellamente escritos, y hasta hay retazos de su cotidianeidad en tres dimensiones, como el ajedrez de Walsh. Para los que conocemos algo de su obra ese simple detalle nos remite a su libro Operación Masacre, cuando el escritor cuenta que se enteró de los fusilamientos de junio de 1956 en un café de La Plata donde compartía con otros parroquianos el gusto por el juego-ciencia. El mismo lugar en el que probablemente escuchó las palabras que ahora se presentan frente a mí: Hay un fusilado que vive.

Pero también está incluido lo horrendo, lo miserable. Pasar por el siguiente panel y detenerse es como ser bajado de un hondazo por la crueldad de la historia de nuestro país. Sobre fondo azul está escrito lo siguiente: "Primero deberemos matar a los guerrilleros, después a sus colaboradores, luego a sus simpatizantes, a continuación a los indiferentes y por último a los vacilantes” General Ibérico Saint Jean. Y Walsh sufrió en carne propia las acciones de ese plan macabro descripto con tanta naturalidad por el entonces interventor de la provincia de Buenos Aires. Los militares no le perdonaron que fuera pensante, talentoso y que tuviese coraje, por eso el 25 de marzo de 1977, un comando de la Escuela de Mecánica de la Armada lo acribilló en la calle.

Parece que perdí la noción del tiempo, ya están encendidas las luces y el sol es nada más que un recuerdo que se perdió entre los robles del jardín de la universidad. Mi amiga se debe haber ido, harta de esperarme. Lo último que veo al alejarme es la imagen que eligieron como icono de la muestra: otra vez los lentes grandes, de carey negro, cuadrados pero en esta foto con los cristales rotos.

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