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miércoles, 11 de junio de 2008

Mucho más que fútbol en el barrio de La Boca


Arte y transformación, ese es el tema con el que tengo que trabajar. Al principio cuando se me plantea un tema así siento que nada va a inspirarme, es como si estuviese sola, paradita en medio de un bosque sin nadie que me pueda ayudar. Pero no, ese no es el caso, es una tarea de grupo y así es que empezamos a trabajar con otros compañeros. Se barajaron cantidad de proyectos atravesados por esa cuestión. Finalmente, bien, qué alivio, nos decidimos por un emprendimiento local que reuniría lo que necesitamos. Pero claro, el diablo metió la cola y llega Lidia, una de mis compañeras y me dice:

- “Ay, no sabés, fui a una librería y vi. algo que me enamoró, unos libros coloridos, son trabajos de cartoneros, tienen una página en internet, ¿cambiamos el plan?”

Y la verdad, aunque me parecía una complicación, cambiar sonaba tentador. Así es que Lidia, Hernán y yo nos decidimos por Eloisa Cartonera, definido por Alejandro, uno de sus integrantes como “una rareza, una locura linda que se dio en la Argentina, donde se hacen libros con tapas de cartón pintadas”. Lo demás es un simple llamado telefónico para ver si podemos concretar una visita, y somos advertidos por María, la integrante más circunspecta y lacónica de la cooperativa editorial:

- “Sí, no hay problemas, vengan por la entrevista, pero acá mientras los atendemos seguimos trabajando”

Y así fue, arreglamos para encontrarnos en La Boca con Lidia, Hernán y Jésica.

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Transitar por este barrio, plena “república xeneize” es toda una experiencia antropológica. O al menos así lo siento yo en un feriado de otoño. Y ese pensamiento me divierte, ¿cómo puede ser tan extraño venir a este lugar?, después de todo, yo también vivo en la ciudad, en los suburbios y relativamente cerca de acá, me digo. Pero en cuanto bajo del colectivo que me trajo desde Bernal y comienzo a estar inmersa en estas calles, me doy cuenta que mi cotidiano andar no tiene nada que ver con esto. Porque en realidad siempre pasé en auto por acá, eventualmente en ómnibus, pero caminar, lo que se dice en lunfardo “patear” este barrio, es la primera vez. En primer lugar, agradezco que es feriado y no hay tanto tránsito (en especial los miles de camiones que suele haber por la zona), porque en esto de ir por la acera me puede ir la vida. Es que no queda más remedio, se trata de subir y bajar escaleritas (por lo menos tres por cuadra) y se hace difícil de soportar, salvo que una esté en zapatillas en la clase de “step” y con música de fondo. Pero claro, la geografía ondulante de este lugar tiene que ver con su ubicación cercana al Riachuelo, que suele jugar una mala pasada a los habitantes de estas casas siempre que hay sudestada y el agua hace estragos. Las construcciones están por encima del nivel de las calles, y esos frentes de chapa acanalada y de miles de colores son hijos de una época en que se aprovechaban los sobrantes de la jornada del trabajo portuario.

Tengo que llegar a Brandsen 647, donde quedé en encontrarme con mis amigos para ver a la gente de Eloisa Cartonera. Estoy cerca, en realidad, solamente cuatro o cinco cuadras separan la parada del 22 del local, pero un poco por la travesía y otro poco por lo pintoresco del lugar, no lo hago tan rápido como debería, ya es tarde. No soy hincha de Boca, en realidad el fútbol ocupa un sitio más que secundario en mi vida, pero la verdad, pasar por la Bombonera le agrega color al recorrido, hasta diría que un poco de emoción. Es un barrio de contrastes, por un lado este estadio con un local de ventas de merchandising azul y oro pero muy glamoroso, y, por lo que veo, definitivamente caro. Pero también se pueden ver los conventillos, con las hileras de ropa colgadas en donde sea, llenos de chicos y con los moradores de hoy, que en muchos casos ya no son los inmigrantes que dieron origen al barrio, sino marginados del sistema que terminan ocupando los lugares que otros abandonan. Y como si todo esto fuera poco, se agrega el sonido de los diferentes acentos que pululan, provenientes de miles de turistas de todo el mundo que toman por asalto esta barriada tan peculiar.

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Una vez más mi impuntualidad hace que Lidia y Hernán se harten de esperarme y ya estén dentro del local, charlando con la gente. El ambiente es más que distendido, con música caribeña sonando de fondo, y como para no desentonar con el medioambiente circundante, abunda el color. A la entrada puede verse la imprenta en la que nacen los libros de los autores que han confiado en este proyecto. Al inquirir por el origen del aparato, nos enteramos que se trata de una donación de “alguien” de Suiza, y aunque la respuesta me parece un poco inconsistente, concluyo que no es tan importante y no trato de averiguar más al respecto. No me sorprende ver un retrato del Che sobre uno de los estantes en donde están los libros ya terminados, será que su imagen pasó a ser parte del contrastante paisaje de la cotidianeidad argentina del siglo veintiuno. Pero sí me llama la atención un póster del presidente de Bolivia, Evo Morales, ante el cual uno de mis acompañantes pregunta, frente al estupor de quienes estamos ahí:

-¿Quién es?

Me niego a explicar semejante obviedad y salgo sin pronunciar palabra.

En la vereda hay dos tablones sobre unos caballetes. Uno está lleno de frascos de témpera, pinceles y cartones. El otro es una especie de exhibidor improvisado en donde pueden verse algunas de las joyas del catálogo de esta editorial tan particular. Parado junto a los libros, con una actitud más bien retraída está Miguel, el integrante más reciente del staff. Es un muchacho muy delgado, de mirada un poco triste y con una tonada al hablar que me suena como proveniente de algún lugar de Sudamérica, pero de entrada no logro distinguir de qué país. Hablamos poco, no quiero intimidarlo, pero me cuenta que es colombiano y que hace solamente una semana que está en Eloisa. Me sorprendo al enterarme que tiene un título de grado en educación y que además de ser parte de este proyecto trabaja en un restaurant. Sin tratar de hacer un análisis sociológico (para lo cual además no estoy capacitada), me quedo pensando en las paradojas de nuestro continente. ¿O será que en este caso se trata simplemente de la libre elección de un joven universitario en busca de experiencias nuevas?

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Vuelvo a entrar para seguir conociendo qué es Eloisa Cartonera, y creo que la mejor manera es charlar un poco con cada uno de los integrantes. Me quedo en un rinconcito del pequeño local de cartel multicolor con el nombre escrito muy artesanalmente. Es que justo llega María, trapo y lavandina en mano, así que no queda más remedio que arrinconarse para no molestar. Y ella cumple con la promesa que hizo en nuestro primer contacto telefónico: responde y conversa pero sin parar de trabajar. Es una chica joven, con una actitud seria y es una de las fundadoras del proyecto editorial que arrancó en 2003 en una cartonería que tiene el romántico nombre de “No hay cuchillo sin rosas”. Me interesa saber cómo fue evolucionando Eloisa en estos cinco años, entonces le consulto a María acerca del proyecto artístico y social del que habla la página web de la organización:

- Sí bueno, eso era así, porque dentro de la gente que inició el proyecto había artistas, uno, Washington Cucurto el escritor, y otros dos artistas Fernando y Javier.

-Entonces ahora cambió.

-No, no es que haya cambiado-explica María. Pero Fernando y Javier ya no están más. Ellos siguieron su camino y nosotros seguimos acá. Ahora le prestamos más atención al trabajo, ¿no?. Sostenemos todo esto con el trabajo de todos los días, somos una cooperativa, dejamos de ser un proyecto artístico y somos más una cooperativa de trabajo. Nadie hace los libros pensando en que hacemos un objeto de arte, los hacemos manualmente, artesanalmente, precariamente.

-Yo me pongo recontenta cuando pinto una tapa linda-interviene Miriam, la Osa.

-Claro –insiste María- pero no lo consideramos una cosa artística, es algo que vamos aprendiendo. Nadie sabe pintar ni nada. Lo aprendemos también acá y entre todos. No es que lo hacemos para producir arte.

María habla de Eloisa Cartonera como tratando de desmitificar, que se note que para ella es un proyecto terrenal, sacarlo de un posible pedestal artístico al que tal vez quedó asociado y al que ella definitivamente no adhiere.

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Casi como de pasada, entró en escena Miriam, una chaqueña de 23 años habitante del conurbano, que también al pasar (concretamente al pasar por la puerta de Brandsen 647) se quedó a trabajar hace ya un año:

-Mi marido y yo andábamos todos los días por acá con el carro, cartoneando. Y un día le dije: ¿qué onda ahí?, porque decía “Eloisa Cartonera”. Yo quería entrar a ver qué pasaba, qué era. Entonces mi marido me dijo que mintiera, que les dijera si me dejaban pasar al baño. Pedí permiso y entré, para chusmear, y cuando salí me quedé hablando. Ahí me dijo María “¿querés pintar una tapa?” Bueno, le dije yo, y me quedé a pintar una tapa.

A Miriam le tomó cinco meses decidirse a aceptar la invitación para quedarse a trabajar de forma permanente. Dice que no se decidía porque le “daba cosa dejar el carro”, le parecía que no podía ser. Aunque le encantaba la idea de pintar, de poder hacer lo que eventualmente hacía cuando encontraba telas o pinturas e improvisaba dibujos para su casa.

Caigo en la cuenta que hace un rato que estamos en Eloisa porque ya vi entrar y salir cantidad de gente. Muchos curiosos, un cronista y algunos turistas que por suerte compran libros. Sorprende ver la variopinta lista de autores del catálogo: Dani Umpi, Fabián Casas, Ricardo Piglia (¡en inglés!) y hasta la edición de una selección de textos de Rodolfo Walsh. Y por supuesto Santiago Vega, conocido bajo el pseudónimo de Washington Cucurto, miembro fundador del proyecto y ausente con aviso por encontrarse en Estados Unidos dando unas charlas.

-Cucurto es la estrella del proyecto editorial, ¿no?-le pregunto a Alejandro.

- No, la Osa es la estrella, Cucurto es como el autor intelectual y María es el puño (bromea).

Alejandro es un chileno procedente de la Quinta Región, tiene 29 años y llegó a la Argentina para estudiar Diseño de Imagen y Sonido (cine, simplifica el joven trasandino). Hace solamente un mes que está viviendo en Buenos Aires, en Barracas, y da gusto verlo manejarse como pez en el agua en este ambiente tan porteño. Conocía el proyecto desde hace un par de años porque había leído un artículo en una revista de su país. Él necesitaba trabajo y ellos necesitaban gente, así que se quedó. Me intriga saber qué era lo que le atrajo de Eloisa Cartonera:

-Que les compraran el cartón a los cartoneros y que fueran las tapas de cartón pintadas a mano.

-Así de simple, pensé. Me entero además que el cartón se compra a $1,50 el kilo, cuando habitualmente se paga $0,30. En mi afán de poder entender de qué se trata todo esto exactamente, le pido a Alejandro si puede definir Eloisa Cartonera:

-Desde el punto de vista de la organización económica somos una cooperativa. Y desde un punto de vista básico somos trabajadores. Básicamente somos trabajadores que realizamos una tarea creativa que tiene un fin último de difusión cultural.

Ya casi al final, estamos por irnos y los chicos nos comentan que estarán en la Feria del Libro, solamente un día en un stand interior y el resto de los días afuera, con el ya clásico tablón con caballetes, por cuestiones de costo. Puedo ver notas periodísticas de distintos medios nacionales e internacionales pegadas en la pared. Es raro ver la trascendencia de algo tan sencillo, salido de esta cartonería nada pretensiosa pero con mucho corazón. Me quedo con la definición de Alejandro y me voy pensando en las cosas increíbles que pueden nacer de un lugar tan contradictorio como nuestro país. Bueno, después de todo me parece que es verdad: No hay cuchillos sin rosas.

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