Entro al ágora de
Alguien pasa a mi lado y pregunta “¿quién es Walsh?”. Tal vez parte de la respuesta está en los paneles que señalan como estaciones que definen su vida:“El militante”, “El periodista”, “El escritor”, “Ese hombre”. Y aunque no le respondo recuerdo algo que él mismo escribió tal vez como reflexión de su propia identidad: Me llaman Rodolfo Walsh. Cuando chico, ese nombre no terminaba de convencerme: pensaba que no me serviría, por ejemplo, para ser presidente de
El camino propuesto para conocer a “ese hombre” es fascinante, entre otras muchas cosas, por la multiplicidad de Rodolfos desplegados en su corta vida de intensos cincuenta años. Sigo y veo fotos y textos de sus diferentes oficios, de los que él habló en su Rodolfo Walsh por Rodólf Fowólsh: Mi vocación se despertó tempranamente: a los ocho años decidí ser aviador. Por una de esas confusiones, el que la cumplió fue mi hermano. Supongo que a partir de ahí me quedé sin vocación y tuve muchos oficios. El más espectacular: limpiador de ventanas; el más humillante: lavacopas; el más burgués: comerciante de antigüedades; el más secreto: criptógrafo en Cuba.
Uno se deja llevar entre imágenes entrañables y textos bellamente escritos, y hasta hay retazos de su cotidianeidad en tres dimensiones, como el ajedrez de Walsh. Para los que conocemos algo de su obra ese simple detalle nos remite a su libro Operación Masacre, cuando el escritor cuenta que se enteró de los fusilamientos de junio de 1956 en un café de
Pero también está incluido lo horrendo, lo miserable. Pasar por el siguiente panel y detenerse es como ser bajado de un hondazo por la crueldad de la historia de nuestro país. Sobre fondo azul está escrito lo siguiente: "Primero deberemos matar a los guerrilleros, después a sus colaboradores, luego a sus simpatizantes, a continuación a los indiferentes y por último a los vacilantes” General Ibérico Saint Jean. Y Walsh sufrió en carne propia las acciones de ese plan macabro descripto con tanta naturalidad por el entonces interventor de la provincia de Buenos Aires. Los militares no le perdonaron que fuera pensante, talentoso y que tuviese coraje, por eso el 25 de marzo de 1977, un comando de
Parece que perdí la noción del tiempo, ya están encendidas las luces y el sol es nada más que un recuerdo que se perdió entre los robles del jardín de la universidad. Mi amiga se debe haber ido, harta de esperarme. Lo último que veo al alejarme es la imagen que eligieron como icono de la muestra: otra vez los lentes grandes, de carey negro, cuadrados pero en esta foto con los cristales rotos.
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