Escritores en apuros
Debo haber escrito este artículo a mediados de 1985, cuando llevaba un año de trabajo en A sus plantas rendido un león. En ese momento me había quedado empantanado, con miles de dudas y unas pocas certezas sobre lo que tenía que rehacer o tirar al cesto de los papeles. De acuerdo con mi estado de ánimo, a veces seguía con mi estado de ánimo, a veces seguía los pasos del cónsul Bertoldi, otras los de Quomo, Lauri y sus amigos. Pero llegó un momento en el que la novela no avanzaba y yo echaba mano a todos mis trucos y supersticiones: tenía cerca a los gatos (el negro Vení, casi todos los del barrio que llegaban a auxiliarme, pero sobre todo el Peteco, que acompañó toda la novela antes de morirse), tenía una araña preferida, pero sobre todo tenía miedo. Todos los miedos de una narrador que se enfrenta a sus fantasmas y a los fantasmas de sus personajes.A las doce de la noche empezaba el trabajo y seguía hasta la madrugada, pero no siempre las cosas salían como yo quería. Entonces recordé aquel artículo de García Márquez, cuando se empantanó en medio de El amor en los tiempos del cólera, y escribí este otro para ver si me servía de algo. Supongo que comprender los apuros de los otros me facilitó la comprensión de los míos.
Ahora, con un poco de distancia, me arrepiento de haber jurado frente a los gatos que nunca más me metería en un lío semejante. Por ahí anda dando vueltas otro personaje, una nueva historia, y no tendré más remedio que sentarme, meses y meses, uno o dos años tal vez, para escribirla y de nuevo despertar la santa cólera de los críticos.
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